Llega el iPad y, con él, sin duda un aumento de la ventas (y descargas) de libros electrónicos. Pero estoy convencido de que el libro de papel no desaparecerá o, al menos, confío en ello. No me gusta el libro electrónico.
En primer lugar, nunca me ha gustado leer de una pantalla. Evidentemente, lo hago, y cada vez más, pero nunca libros.
En segundo lugar, el libro me parece un objeto fascinante. Y al prueba de ello, es que ha permanecido relativamente inalterable desde que Gutenberg inventara la imprenta hace unos 550 años. A diferencia del soporte musical que pasó del bello (aunque impráctico) disco de vinilo, al simpático cassette, y finalmente al horrible compact-disc, el libro permanece, a grandes rasgos, inalterado.
La caida del CD se ha debido a muchas razones (precios altos, posibilidad de disfrutar de la misma calidad con el original y con una copia...); por contra un libro sólo puede ser imitado con una fotocopia, no es necesario resaltar lo desagradable que resulta leer una novela en fotocopias.
Además, el libro, al contrario que el CD, es un soporte apetece coleccionar.
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