Wednesday, March 24, 2010

Jorge Martínez Reverte se aprovecha del dolor de las víctimas



Que el anticlericalismo es una moda en pleno esplendor no hay quien lo niegue. Que ser anticlerical es un "plus" entre nuestros progres y artistas mediocres no hay quien lo niegue. Que muchos de ellos (Almodovar, por ejemplo) se auto-publicitan atacando a la Iglesia tampo admite discusión.
En esta línea se entiende el artículo de hoy de Jorge Martíne Reverte "Que me pidan perdón" publicado en El País [*] (¿cómo no?). Y para más burla el artículo se encabeza con un "ANÁLISIS: El escándalo de los abusos". ¿Análisis? Ninguno. Reverte se limita a contarnos unos supuestos casos de abusos contra los niños acaecidos en su colegio. ¿Por qué lo cuenta ahora? ¿Por qué no lo denunció antes? Qué oportuno, ¿no creen?
En primer lugar habla de un cura llamado Bolita que, según Reverte: "Luego, le rebuscaba en los bolsillos del pantalón para ver si encontraba cromos o canicas que confiscarle. Se entretenía en la tarea, buscaba como si esos bolsillos fueran infinitos." La denuncia pues, que el tal Bolita pasaba mucho tiempo con las manos en los bolsillos de los niños. La prueba, el testimonio de Reverte, más de 50 años después y con su anticlericalismo a cuestas, pretende que nos creamos sus palabras. Y después insinua que Bolita cometía abusos, aunque en esta ocasión admite, al menos, que no tiene prueba alguna: "No sé si Bolita llegaba a situaciones extremas, porque yo tenía la fortuna de contar con dos hermanos mayores en el colegio que conocían sus aficiones y dejaban caer sobre él sus miradas vigilantes."


Después habla del cura Laudelino, a quien, siempre según Reverte "Le gustaba torturarles" a los niños. ¿En qué consistían esas torturas? "Por ejemplo, si había una pelea en el patio entre dos, ponía a un niño frente a otro (preferentemente si sabía que eran amigos) y les obligaba a darse guantazos de forma alternativa, sin que el que tenía el turno de recibir pudiera subir las manos para protegerse. Al principio, los niños se daban flojo, porque eran amigos. Y Laudelino les daba un guantazo como castigo por la flojera. Al cabo de tres o cuatro intercambios, los amigos se zurraban con el odio más profundo ante la sonrisa satisfecha de aquel cura que tenía las manos duras como palas de frontón." Dejando de lado las percepciones del autor sobre la "sonrisa satisfecha" del cura (por los años que han pasado desde los hechos que presuntamente denuncia) podemos deducir que se trataba de uno más de los educadores crueles que tanto abundaban en aquella época. ¿Abusos? Aquí ninguno.

Así pues, ¿de qué espera que le pida perdón la Iglesia? El señor Reverte se aprovecha miserablemente de los abusos verdaderos sufridos por muchas víctimas en Europa, abusos reales, abusos cometidos por miembros de la Iglesia, abusos por los que la Iglesia ha pedido perdón en numerosas ocasiones (no por los abusos en sí, que son exclusivamente responsabilidad de la persona que los comete, sino por no haber actuado con la firmeza y rapidez suficiente cuando se conocieron, y en muchos casos, de haberlos tapado).

Es criticable como algunos medios se han aprovechado de los terribles abusos sufridos por las víctimas para utlizarlos en su campaña contra la Iglesia (El País o Público) pero aun resulta más indignante y realmente repulsivo que un escritor intente apropiarse de ese dolor para hacerse publicidad.

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